Bailar mejora mi vida

EL ALIVIO DE BAILAR

¡¡¡Llego tarde llego tarde, ay dios mío… ay dios mío… voy a llegar tarde!!!”

Es el famoso conejo del cuento de Alicia en el País de las Maravillas quien podría estar hablando por mi boca. La frase se ajusta bastante bien a mi vida, se pudo haber ajustado incluso antes de que yo naciera; al parecer nací tarde, pasada de fecha, arrebujada en la señora barriga de mi señora madre.

Nací fuera de fecha, fuera de género, iba a haber sido Eduardo, y por último también nací fuera de previsiones y expectativas, nadie buscaba un miembro más en una familia de seis hijos y casi seis años después del nacimiento de la que debería haber sido la benjamina; mi hermana Caridad. Total, que al final entré en la competición por los pelos y con el puesto número siete, número que siempre me ha parecido de la buena suerte, aunque no sabría decir muy bien por qué.

De la misma manera que vine al mundo a destiempo, a destiempo me convertí en madre, en este caso por llegar demasiado pronto a ese puerto. Fui madre siendo joven, inexperta, cándida y confiada. Mi entorno inmediato circulaba atropelladamente por el carril de enfrente, mientras yo iba por una vía solitaria inaugurada por y para mí, abriéndole paso a mi tripa y a quien dentro de ella crecía.

Los asuntos de una maternidad sobrevenida y llena de sorpresas, me alejaron del que debería haber sido mi camino…o tal vez no, porque nunca sabemos realmente hasta qué punto lo que sucede nos conviene o nos perjudica a la larga. Mirar muy de cerca los acontecimientos hace perder la perspectiva, la perspectiva se amplía mirándola con los anteojos del tiempo…eso lo pienso ahora, pero entonces me sentí escupida del mundo, de mi mundo, de ese que corría entorno a los viajes, los estudios, las juergas, los primeros trabajos, todo aquello que a mí se me esfumó del sitio convenido para la mayoría.

Sin embargo, estaba haciendo mi camino, ese que tiene un tiempo distinto para cada quién pero que es necesario andar para aprender a conocernos, a aceptarnos, a dejar de boicotearnos…un camino que parece demasiado largo a veces pero que es el único que nos lleva a mirarnos de frente en un espejo donde al fin, te miras , te reconoces, e incluso puedes llegar a caerte bien, pero ese espejo no se encuentra a una edad predeterminada, está exactamente al otro lado de toooodas las experiencias que hacen falta vivir para dejar de ser un proyecto de otros, dejar de ser una copia de otra copia y llegar a ser de una pinche vez, una misma.

En este viaje desordenado emerge mi vida de forma un tanto absurda: madre precoz, bailarina indefinida, juerguista eterna, vividora infinita…mi viaje es el viaje de quien ama la vida, la palabra, la música, el baile, la familia, de quien se esfuerza por disfrutar del trayecto más que del destino, simplemente porque el destino no me resulta siempre claro ni brillante, así que opto por saborear lo que va sucediéndose. Amé la vida y a los míos desde muy pronto, agarré ese hilo invisible rojo y decidí no soltarlo, y es ese mi mayor tesoro, permanecer cosida a mis pasiones; la música, el baile, las letras, todos “los nosotros”, algunos “vosotros”, y unos pocos “ellos” …  y como en todo viaje, siempre aparecen compañeros, guías, transeúntes, fantasmas… a ellos les ofrezco lo que tengo y tomo, aun sin saberlo, kilos y kilos de puntos cardinales, sin quererlo me hacen de estrella polar que me marca el rumbo, representan esa luz cuyo haz es muy pequeño al salir de la linterna pero que te permite andar y avanzar aún en la oscuridad más absoluta. Esa luz toma mil formas; la de mis amigos, mi pareja, la potente luz de mi hija pequeña y la luz del hijo mayor que desde hace tiempo parpadea débilmente pero que se resiste a apagarse para no dejarme en la más pura y (lóbrega) de las tinieblas…

A él le debo saber bailar con la más fea, bailar bajo la lluvia, con la mejor y la peor de las músicas… ¡bailar, bailar y bailar! porque bailando no puedo sufrir, no puedo anticipar, no puedo odiar, no me puedo rendir.

Bailar me lleva, me acompaña, me divierte, me mantiene y sin duda, me sana.

Y así es como me gustaría que todo el que se me arrimara mientras bailo, lo sintiera y lo aprehendiera, con h intercalada, que se lo llevara puesto bien adentro, que sintiera que hay un punto de inflexión entre el dolor y la buena vida y que confluye justo ahí donde se encuentran la música, el baile y la gente que se entrega sin miramientos a su disfrute. 

Cuando bailo no me habita ningún personaje, descanso de mis roles, de mis afanes…  tan solo soy, estoy y siento…

Y tú, ¿me acompañas?

Loreto Aparicio

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